Apréndeme a creerte más, si del respeto resultas esencial para olvidar las injustas infidencias que del alma brotan, y no por opulencias.
Sin razonar me diluyo ante tus ojos y, ya quizás no me vuelvas a creer, o jamás podrás saber si me haz de confiar.
Y al darte la espalda reflexiono de mis valores su validez, y si merezco continuar, ¡ya!, y todo así, por un error, no lo has de arruinar.
Te comprendo y es hora de parar o continuar, para dilucidar y acabar con este asunto ingrato y, te invito, a trabajar para juntos arreglar lo que se descompuso, hace rato.