Almagro, de lo sublime a lo grotesco.

A dos años de la elección de Luis Almagro como Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), el 18 de marzo del 2015, recuerdo que quienes apoyaron su elección, entre ellos mi querida Venezuela y el Ecuador, lo hicieron esperanzados en que la vetusta organización cobrara nuevos bríos y se fortaleciera la unidad, pero resultó ser todo lo contrario, un torbellino de escaramuzas contra la Revolución Bolivariana, haciéndole la pala a lo más acérrimo de la oposición venezolana.
Solo cuatro meses después de su nombramiento, ya acosado y convencido de que su denominador común era sumarse a la conjura imperialista y su concilio con la dirigencia opositora, para enturbiar las elecciones parlamentarias de aquel año; es cuando allá por noviembre, emerge en abierta injerencia, criticando abiertamente las garantías que ofrecía el proceso de las elecciones legislativas.
Luego, tras el triunfo opositor, en diciembre de ese propio 2015, Almagro “el bueno”, “el diplo”, anhela tiempos de paz para Venezuela en las elecciones parlamentarias, desmemoriado él de que precisamente dirigentes de la abrupta oposición habían sido actores e ideólogos de las guarimbas protagonizadas en el 2014 y que terminaron con un saldo de  43 fallecidos y más de 800 heridos.
La historia no termina allí, a pesar de que en enero de 2016 la Sala de lo Electoral del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), sentenció como nulos todos los actos de la Asamblea Nacional que se hayan dictado o se dictaren, mientras se mantuviera la presencia de los ciudadanos Julio Haron Ygarza, Nirma Guarulla y Romel Guzamana, impugnados por compra de votos, y por ende, juramentados ilegalmente como diputados, Almagro remitió una insolente misiva al Presidente Nicolás Maduro Moros, para sojuzgar la soberana decisión institucional que representa los Poderes Públicos de la nación venezolana.
Se ensaña Almagro en su acompañamiento a la oposición y en abril de 2016, insta a Maduro Moros rubricar ya mismo una ilegal Ley de Amnistía, dirigida a garantizar la impunidad a los ciudadanos que hubiesen sido procesados por delitos de gravedad, diseñada por el mismísimo parlamento que no acata la decisión del Poder Judicial, antes descrita. A fines de este mismo mes, recibe en la OEA, a algunos miembros de la oposición venezolana y, sin vacilación alguna, se atreve a anunciar que estudiará la aplicación de la Carta Democrática.
Terminado mayo, el desespero, avalado bajo denuncias de prensa de la propia Asamblea Nacional venezolana, de mayoría opositora, y la intención de quedar bien con sus inspiradores, lleva a Almagro a solicitar activar el procedimiento para abrir la Carta Democrática contra Venezuela, cuyo paso inédito contraviene la normativa de esta organización, sería entonces esta la ficha del tablero que movería para justificar una intervención militar y propiciar apoyo a grupos terroristas para derrocar al Gobierno revolucionario.
En detrimento de los estatutos de la OEA, que definen igualdad e independencia, Almagro pretendía, intervenir a Venezuela a través de la aplicación de la Carta Democrática, conjura que sabiamente fue derrotada por la oportuna acusación al parlamento, realizada por el presidente Nicolás Maduro, en la que denuncia las malsanas intenciones de usurpar las funciones del Presidente y de conspirar junto a la derecha internacional para lograr la intervención extranjera de Venezuela. Similar acción valiente de denuncia ejecuta la Canciller venezolana Delcy Rodríguez, durante una sesión extraordinaria del Consejo Permanente de la OEA, el 5 de mayo de 2016.
Al final del camino, en junio de 2016, Luis Almagro resultó trasquilado, al aprobarse por 34 países miembros de la OEA, la resolución que reconocía la soberanía de Venezuela, sin sanciones, ni amenazas y expresaba el tácito apoyo al proceso de diálogo entre su Gobierno y la oposición.
No fueron pocos los que, enterados de tamaño ultraje e intentona,  expresaron su rechazo ante la conducta injerencista de Luis Almagro contra la Patria de Bolívar, pero no tardó en recomponerse de la bofetada y comenzando agosto ya andaba exigiendo un proceso revocatorio y la liberación del dirigente del partido político Voluntad Popular, Leopoldo López, sancionado debidamente tras el descalabro en febrero de 2014, del conocido y denominado plan «La Salida», que pretendía derrocar al Gobierno Constitucional.
Si a usted, amigo o amiga, que le agota esta historia, no se sorprenda cuando le digo que Almagro continuó su cabalgata y reclamó a la comunidad internacional actuar y estrena en 2017un nuevo período de injerencia, desestabilización y ataques contra la patria bolivariana. Transita febrero y ya andaba urdiendo reuniones con representantes del “desacato”, entiéndase AN venezolana, para dar paso a nuevas presiones contra la democracia, y así discurre marzo y el día 20 convocó a rueda de prensa con miembros del partido político opositor Voluntad Popular, nada menos que con fines proselitistas y desde locales propios de la OEA.
Una vez más, Luis Almagro se ha buscado la repulsa internacional, al violar principios elementales que definen la no intervención en los asuntos internos del Estado venezolano y las normativas internas de esa organización, que señala que los espacios del órgano internacional no deben ser usados con fines políticos. Lamentable y grotesca su conducta, su empeño lo lleva a revolverse en el estercolero de la historia como un ser de lo más deleznable que ha ido de lo sublime a lo grotesco.  

 

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